(Primera parte)
MIRADA INTERIOR
Por: Isaías Alanís
En el corpus del pensamiento occidental, Aristóteles consideraba a la verdad como una “propiedad de nuestro juicio sobre el mundo”. La relación filosofía, historia, verdad, ha dado traspiés y aciertos. El modelo histórico tradicional ha sido trocado en sutiles formas de entender y confundir la relación, ser, sujeto, esencia existencia, cultura, modelo de producción y una realidad metafísica reunida en torno al ser y al no ser.
El historicismo revisa las leyes de la historia y ofrece especulaciones sobre los acontecimientos, cargada al viejo Hegel, Compte, Marx y posteriores pensadores que construyeron la historicidad dimensional del ser, del sujeto y en el ámbito de la cultura, desarrollo, competencias y contradicciones sumadas a ejemplos históricos manoseados, que van de campos de concentración alemanes, matanza en África por hambre y machete, exterminio humano en las dictaduras del Cono Sur, limpieza étnica en Gaza y otros países.
En México nos retrotrae a una serie de actos criminales a lo largo de la historia. El exterminio de opositores a don Porfirio, ejecución de Madero y Pino Suarez; crímenes de estado de Carranza al actual gobierno, al que se suman: muerte y encarcelamiento de maestros, ferrocarrileros, estudiantes, 2 de octubre no se olvida, Jueves de Corpus, Rubén Jaramillo y la Guerra Sucia en el sur de México, Acteal, San Fernando, Aguas Blancas, etc.
En el Renacimieneto nace el concepto de historia, ya no son datos, números descontextualizados del corpus social, económico y cultural. Actualmente en los sistemas políticos, del color que sean, la verdad ha perdido validez. Existen verdades absolutas, no verificables cuando éstas alteran en rigor basamentos del estado. Se tiende a la disociación y a un marco interpretativo que desvía la verdad coexistente en hechos que alteran la historia oficial. Surge la especulación, que desplaza a la verdad y multiplica interpretaciones que no cuadra con el contexto donde acontecieron los hechos. Guerra de datos a cargo de intelectuales orgánicos, periodistas por paga, “cronistas dateros descontextualizados”, facebuqueros y Bots.
Del pensamiento renacentista al historicismo, el positivismo de Compte, el materialismo histórico de Marx, a la Escuela de los Annales de Lucien Febre y Marc Bloch con enfoque multidisciplinario sin centrarse exclusivamente en el ámbito político y sus posteriores historiadores. Un repaso histórico es fundamental para entender por qué el estado ha perdido la regencia de autoridad, leyes, poder ejecutivo y judicial entregado a las manos ensangrentadas de cómplices políticos, socios que abonan la semilla de la violencia y la descomposición de las instituciones, de hombres y mujeres al frente a una responsabilidad que denigran y traicionan.
Los barones de la droga se mataban entre ellos en vendettas que los medios masivos se encargaban de dimensionar y convertirlos en héroes jolibudescos en EEUU. En México, el cine no ha sido tan desafortunado, se muestra el “lado bueno” de los narcos en corridos, cuyo mensaje exacerba el valor de tal o cual “personaje”, ligado al pueblo, y este lo toma como ejemplo a imitar. El narco corrido cumple a cabalidad como difusor de valores e incrustarlos en la psique del mexicano. Esta propaganda -además- es un negocio multimillonario.
La serie de ajusticiamientos de los últimos treinta años es un ejemplo de cómo la verdad en la que se asienta el estado ha cruzado la línea divisoria entre la mentira en si, y la verdad negada con el firme propósito de defender al estado y a la clase política que cubre sus crímenes. Y con su control, es cómplice de la corrupción a fuerzas militares y civiles. Le dan la espalda al pueblo y siembran la semilla como en Sinaloa, entidad presa en una guerra entre dos facciones delincuenciales que cobra vidas inocentes.
En esta polaridad cohabitan dos minorías una dentro y la otra fuera de la ley. La primera es sometida por dinero y a golpe de bala. La otra, hunde sus tentáculos en el terror, truquea las leyes a su favor; delincuentes de alta peligrosidad son dejados en libertad mediante amparos chuecos; cuentas bancarias desbloqueadas por jueces dinereros, libertad bajo fianza; lo mismo de un delincuente de cuello blanco que de un narco que opera desde el corazón de comunidades, rancherías, alcaldías, estados y a convertido a la nación en campo de batalla y territorios controlados, que a su vez pelean con el grupo opositor.
Hay un cambio de piel, “ la fuerza del estado”, en territorios usurpados, la ejercen los barones de la droga. Y en ese punto axial, surge la negación del estado y el poder de la mentira sobre la realidad; hay que tapar el daño, simular que se investiga: “inventar una verdad histórica”. Tal es el caso de matanzas del 2 de octubre, Acteal, San Fernando, y un largo etcétera. La conflagración imparable: los barones de la droga dominan al estado, sitian un territorio a sangre y fuego, cobran impuestos como señores feudales con derecho de pernada, cooptando a fuerzas del orden y dominando la célula de la democracia: el municipio. Policías, soldados, guardias, jueces, magistrados, juzgadores, engrosan a su nómina. Pero eso no es todo, toman la conducción del municipio y se encargan de obras, control de recursos, cobro de impuestos dobles y la concentración del poder en las manos de uno o dos barones y su corte de sicarios, contables, hackers, y un harem de “buchonas” para dar y compartir con sus aliados. El uso de la mujer como cuerpo inanimado, cosificándola con cargo al patriarcado feudal; montan un aparato de guerra contra carteles enemigos desatando matanzas espantosas entre ellos -también en gremios- que se oponen al pago “de piso”.
La raya entre los 43 Estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos y asesinados, con el rancho Izaguirre, tiene dos momentos. En el primero se creo la “verdad histórica”, en el segundo, la verdad sin comprobar apunta a “un campo de entrenamiento”. Ambas no se sujetan a la historia. En Cocula encontraron unos huesos, no hay evidencias. En el Rancho Izaguirre, hasta ahora, no hay cuerpos, hay evidencias; zapatos, mochilas, ropa, gorras, lápiz labial, condones, libretas y un vacío profundo: ¿Dónde están los dueños de esas prendas? ¿Fueron incinerados en hornos artesanales, lanzados al río Santiago, a la Laguna de Chapala, enterrados en fosas clandestinas, lanzados al mar en avionetas, o andan “vivitos y coleando”, asaltando, cobrando piso, asesinando soldados, civiles, niños, “contras” y otros, dedicados al trasiego de droga a los EEUU?
Hasta el momento, no hay verdad, y si existe ¿Dónde está? ¿quién la sabe? El estado tiene que dar respuestas concretas que pasó en el rancho Izaguirre. ¿Por qué el gobierno de Jalisco no detuvo el secuestro de jóvenes realizado en sus narices? ¿Por qué el estado mexicano, no creó los empleos para miles de mujeres y hombres que egresan de escuelas profesionales como desempleados?