– Los militares traían la bayoneta calada, recuerda el académica de la UAGro
Rogelio Agustín
Juan Luquín López sobrevivió a la masacre desatada por elementos del Ejército Nacional, el 30 de diciembre de 1960 en la alameda Granados Maldonado, ese mismo día, vio como su madre era asesinada por elementos del Ejército Mexicano.
Juan Luquín tiene ahora 80 años de edad, el recuerdo que se remonta 61 años atrás permanece vivo, es amargo, aunque en él están contenidas las últimas palabras de la mujer que lo trajo al mundo, la que para mantenerlo a salvo, puso el único obstaculo que tenía para frenar el impacto de una bala, su cuerpo.
Juan estudiaba el nivel medio superior en la vocacional del entonces Colegio del Estado, se sumó al movimiento que lideraban figuras como Jesús Araujo Hernández y el doctor Pablo Sandoval Cruz, cautivado por el sueño de que en el estado se crearía una Universidad Autónoma, a la que pudieran incorporarse los hijos de los guerrerenses más pobres de la entidad.
Era de los jóvenes que mantenían la huelga en la azotea del Histórico Edificio Docente, sus padres, pequeños comerciantes que atendían un puesto en el improvisado mercado que de manera solidaria se mudó, del centro de la ciudad hacia la avenida Guerrero.
“Ese día yo acababa de salir del edificio docemte porque había estado mucho tiempo con los compañeros, mi mamá estaba preocupada y me pidió que saliera, ya estando afuera me ordenó que le acarreara unas cubetas con agua. En la avenida Benito Juárez había una gasolinera y cerca de ella estaba un hidrante, por lo que obedecí de buena gana y fue por el mandado”.
Juan cargaba el balde con agua ya de regreso, caminaba sobre la calle Nicolás Catalán cuando se percató que el electricista Enrique Ramírez Fragoso utilizaba unas maneas para escalar un poste, con la intención de acomodar una manta.
“El electricista ya estaba arriba, entonces el soldado que estaba de vigilante va y le ordena que se bajara, este le responde que no y sin más, sin discutir ni entrar en choque, completamente a sangre fría le disparó”.
Juan Luquín recuerda que no tuvo ni siquiera el impulso de correr, porque el hecho fue repentino, sin discusión previa, sin nada que generara una carga de adrenalina.
“No corrí, fue algo muy natural, como cuando una persona le tira una piedra a un pájaro, sin una expresión en lo absoluto, el electricista cayó de inmediato”.
Desde la parte sur de la ciudad ya se desplazaban con dirección hacia la alameda dos pelotones de soldados, entonces Juan recuerda que el instinto le hizo deducir que los militares ya tenían órdenes de actuar, pues “traían la bayoneta calada”.
“Me encontré con mi mamá en la esquina de Nicolás Catalán con la avenida Vicente Guerrero, me dijo -vámonos rápido porque nos van a matar-, entonces los soldados comenzaron a disparar y ella calló frente a mi, yo la detuve de los hombros y enseguida, el instintó me proyectó hacia el suelo, sentí una sensasión muy fuerte de calor en la oreja izquierda y vi un fuerte impacto de bala en la pared”.
La masacre entraba en su punto álgido, Juan desde el suelo alcanzó a observar como el soldado que asesinó al electricista se replegó hacia la gasolinera mientras los demás avanzaban con dirección al edificio docente.
“No me tocó a mi porque Dios y mi madre me protegieron, pero las balas pasaban de un lado para otro, estuve en el suelo mucho tiempo, desde ahí me percaté de que un soldado me apuntó como a 50 metros de distancia”, señaló.
“Cuando acabaron los balazos me incorpre, tomé en los brazos a mi madre, con ella me metí a un edificio propiedad del ex gobernador Baltazar R. Leyva Mancilla, la puerta estaba entreabierta y la deposité en el piso, hice que mi mamá reposara con su cabeza en mis piernas y ahí murió”.
A 61 años de distancia, Juan sostiene que muchos de los recuerdos se le borraron, que en su mente se formó un gran vacío en el que solo existen algunos recuerdos con pocos detalles.
“Nos subieron a un carro, nos llevaron hacia una casa en la colonia Viguri, la gente gritaba que buscáramos dinamia para defendernos pero pues ¿Qué ibamos a encontrar ahí? Luego nos dijeron que se habían desatado más agresiones”.
Reprocha que hubo una Comisión del Senado que llegó a Guerrero para investigar lo sucedido, primero dijeron que el Ejército había repelido una agresión, pero los civiles nunca atacaron a los soldados.
Los sentimientos afloran cada 30 de diciembre, la charla termina con una larga pausa, un silencio respetuoso.
Rompe el silencio para recordar que en el recorrido hacia el refugio, pudo observar muchas personas con los intestinos expuestos, prueba de que los militares utilizaron sus bayonetas contra la población civil.
“El senado dijo que los soldados respondieron a una agresión, eso no fue cierto, los compañeros nunca dispararon, se defendieron con sus propias manos, con palos y quizás algunas piedras, nada más”, señala.