Entre Líneas y votos

El campo… en barbecho

Alberto Catalán Bastida

31 de octubre

Dicen que el campo mexicano es el corazón del país. Y sí, tal vez lo sea, pero parece que al actual gobierno se le olvidó que el corazón también necesita alimento, cuidado y atención… no solo discursos.

Durante los últimos días, los agricultores del maíz —ese grano que da identidad, cultura y sustento a millones de familias— decidieron tomar las carreteras. No por gusto, ni por ocurrencia, sino porque ya no les queda otra opción. No hay acuerdos, no hay apoyos y, sobre todo, no hay certidumbre. El precio del maíz sigue en el aire, flotando entre promesas incumplidas y mesas de diálogo.

Desde Palacio Nacional se insiste en que “ya hay un acuerdo” con los productores. Pero los bloqueos, las manifestaciones y los tractores sobre el asfalto cuentan una historia muy distinta. Tal parece que la estrategia del gobierno de Morena es convertir los problemas en simples percepciones, como si con repetir una mentira bastara para cosechar una verdad.

El campo, ese que alguna vez fue orgullo nacional, hoy sobrevive entre la indiferencia y la inseguridad. Los limoneros de Michoacán lo saben bien: no sólo enfrentan la caída de precios, sino también las garras del crimen organizado. Hace apenas unos días, el asesinato del líder citricultor Bernardo Bravo, dejó al descubierto una realidad que el discurso oficial intenta enterrar bajo estadísticas maquilladas. En muchas regiones del país, sembrar ya no es un acto de esperanza, sino de riesgo.

Y mientras los campesinos piden precios justos, los funcionarios reparten justificaciones. El “humanismo mexicano” se queda en los micrófonos, mientras en las parcelas reina la incertidumbre. No hay programas claros, ni políticas públicas que de verdad incentiven la producción o protejan a quienes trabajan la tierra. El maíz, ese símbolo de nuestra identidad, se marchita entre la burocracia y la desatención.

Lo irónico es que a cada protesta, el gobierno responde con la misma receta: culpar al pasado. Pero este sexenio ya no es promesa, es saldo. Y el saldo del campo mexicano se mide en pérdidas, bloqueos, extorsiones y desesperanza.

El campo está cansado de esperar. Los agricultores no piden privilegios, piden justicia. Y mientras en la capital siguen contando historias de “transformación”, en los caminos rurales la historia se repite: abandono, mentiras y olvido.

“Cuando se abandona el campo, se marchita la nación.” — Anónimo

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