Mariana y las manos mágicas que confeccionan los trajes de San Jerónimo Palantla

— Se distinguen por su plizado de colores encendidos, además de sus largas naguas con olanes brillantes

Texto: Yasmín García Chino
Fotografía: Oscar Guerrero

Con listones de todos los colores y un plisado a la perfección, así se caracterizan los trajes de múltiples colores oriundos de la localidad San Jerónimo Palantla, municipio de Chilapa de Álvarez, en donde la mayoría de la población son campesinos, artesanos y comerciantes.

Mariana, de 53 años es una mujer indígena hablante de la lengua náhuatl, quien junto a su familia se ha dedicado a la costura de los trajes de llamativos colores, conocidos en la ciudad como arcoíris.

Las piezas son elaboradas para su vestimenta y venta en distintas partes de la entidad.

Junto a su hijo Librado salieron de San Jerónimo Palantla a las 5 de la mañana para estar en Chilpancingo a las 10:00 de esa misma mañana, con la intención instalar su puesto en la plaza cívica Primer Congreso de Anáhuac.

Además de la lejanía, el trayecto es complicado por los caminos de terracería y la falta de transporte, en esa localidad azotada por la violencia desde el año 2014.

Es un poblado colindante con Tlatempa y Zompeltepec, en donde también las mujeres y niñas portan los trajes de colores, que consta de unas largas naguas y una blusa con olanes y su plisado de cordones en múltiples colores, que se logra sumergiendo la pieza en agua hirviendo.

Mariana y su hijo ofrecen a quienes caminan por la plaza cívica sus piezas de todos los colores, acompañados de aretes, anillos, collares, pasadores y pulseras elaborados a base de chakira de todos los tamaños y colores, que son elaboradas por su familia.

Verde limón es el nombre de su taller, en un espacio adoptado en un rincón de su casa allá en su natal San Jerónimo.

Para Mariana, una mujer indígena, el taller es más que un simple nombre, representa la unidad de su familia, ya que entre todos los integrantes decidieron llamarlo de esa manera, un día que sus hijos, nueras y nietos se encontraban cortando la tela y sumergiendo los listones amarrillos, verde fosforescente, colores rosas encendidos y naranja chillante.

Para evitar desperdicio de telas, encajes y listones, decidieron comenzar con la elaboración de diademas, y blusas diminutas para las muñecas de las niñas o bien de adorno.

El hijo de Mariana recuerda que durante a la pandemia del Covid-19, a su pueblo no llegaban los cubrebocas, por lo que optaron por confeccionarlos con los retazos de telas sobrantes, adornándolos con los cordones y olanes brillantes.

Así se cuidaron del COVID-19 y obtuvieron algunos ingresos económicos al venderlos en la cabecera municipal.

Sin embargo, consideran que el trabajo artesanal no es valorado en el estado, tanto por las autoridades gubernamentales y por los ciudadanos, por ejemplo, las dependencias de gobierno como la Secretaria de Turismo, Cultura o Desarrollo Económico, no implementan ferias artesanales en el estado ni mucho menos en otras partes del país.

“Cuando llegan hacerlas no nos invitan, esta ocasión acudimos a la plaza cívica porque un conocido artesano nos invitó”, comenta Librado, mientras su madre Mariana atiende a una clienta.

A la ciudanía pidió pagar el precio justo, ya que es un trabajo de calidad hecho a mano, además de que tienen que juntar para pagar el transporte que los trajo de su pueblo.

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