Si pasaba algo grave, entonces teníamos que ir
“Nos están atacando a balazos”, reportó telefónicamente un estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa a la cabina de transmisiones de XE-UAG, Radio Universidad, eran las 22:10 horas del viernes 26 de septiembre de 2014.
El primer aviso del hecho suscitado en Iguala lo recibió Lenin Ocampo Torres, conductor de la emisora universitaria y foto-reportero del Periódico El Sur.
Se había dado un primer ataque en el que un joven quedó herido y se demandaba el apoyo para que recibiera la atención correspondiente, además se solicitaba la presencia de las autoridades para realizar los trabajos periciales en el punto del ataque, la esquina formada por las avenidas Juan N. Alvarez y el Periférico, en la zona industrial de Iguala.
“Ya se escuchaba la desesperación de los chavos, la primer llamada la recibí a las 22:10 y hubo una más para las 22:40, seguían solicitando la presencia policíaca, pues estaban solos y no había ninguna garantía para ellos”.
Más tarde se comunicó el director del Centro de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón, Manuel Olivares Hernández.
Olivares Hernández estaba en Chilpancingo pero mantenía contacto telefónico con los estudiantes, ya se tenía conocimiento del saldo de un muerto y varios heridos.
A partir de la primera alerta, por medio del watsApp, un grupo de nueve reporteros tomaron la decisión de trasladarse hacia Iguala, junto con ellos se animaron a viajar algunos maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) y egresados del Frente Unido de Normales Públicas del Estado de Guerrero (FUNPEG).
La voz de Naty
Casi eran las 00:00 horas, el grupo de reportero integrado por Sergio Ocampo Arista, corresponsal de La Jornada; Jacob Morant, reportero de El Sur, Bernardo Torres de Uno TV, Angel Misael Galeana de Cadena 3, Carlos Navarrete, entonces reportero de El Sol de Acapulco, José Luis López Santana, de Televisa-Acapulco, Lenin Ocampo de El Sur y quien redacta este texto, Rogelio Agustín.
Se afinaban los últimos detalles de la cobertura que se daría, al frente iría la camioneta Cherokee de modelo pasado color gris, cuyo conductor era Sergio Ocampo Arista, en segundo lugar la Explorer blanca de José Luis López y en la retaguardia un autobús con maestros de la CETEG, entre ellos Manuel Salvador Rosas Zúñiga.Minutos antes de encender motores y poner en marcha las unidades entró un mensaje de voz al grupo de wattsApp de nuestra compañera Natividad Ambrosio, se le escuchaba presa del miedo, casi en shock, la causa estaba completamente justificada: “¡Nos atacaron a balazos, hay muertos de parte de los estudiantes, corrimos para escondernos donde pudimos pero ya estamos seguros. Por favor no vengan!”.
Sonríe, nos saluda el Diablo
El mensaje caló hondo en el ánimo de los reporteros que ya estaban a bordo de las unidades, todos admitieron tener miedo pero nadie tuvo el valor para quedarse en Chilpancingo.
Las camionetas se pusieron en marcha, avanzamos poco más de 20 minutos, Angel Misael escuchaba el mensaje de la compañera Ambrosio y en algún momento llegó a exclamar: Chingue a su madre…yo me regreso.
En realidad era una expresión de catarsis, pues ya se entraba a la cañada del Zopilote, pasando Zumpango y quedarse en medio de la carretera, era igual o más peligroso que llegar hasta Iguala.
En todo el trayecto hacia Iguala se registró una lluvia intensa y constante, al tomar los tramos rectos y las llanuras de Sabana Grande se podían observar las grandes heridas de luz que provocaban a la noche las incontables descargas eléctricas.
“Sonrían, no está saludando el diablo”, decía con humor negro el veterano Sergio Ocampo, sin lograr disipar el temor y la incertidumbre de sus acompañantes.
Entre halcones y baleados
En lo que se conoce como Rancho del Cura, de donde parte la desviación hacia Huitzuco de los Figueroa las unidades con los comunicadores a bordo hizo una pausa.Auto tipo Tsuru, de color azul y vidrios polarizados permanecía quieto, al parecer hacía guardia para monitorear quien circulaba hacia Iguala.
“Esta unidad nos rodea completamente y baja los vidrios para que sus ocupantes observaran a detalle, después toman la cinta asfáltica de la carretera federal y se jalan hacia Iguala”, recuerda José Luis López.
Más adelante, recuerda que la caravana de los periodistas fue alcanzada por varias camionetas blancas, pasaron a toda velocidad y ya no regresaron.
El primer contacto, Los Avispones
El periodista Sergio Ocampo Arista reconoce que de primera instancia fue el ataque cometido contra el equipo de futbol Los Avispones de Chilpancingo el que atrapó su atención, por la forma en que el autobús se volcó sobre la carretera federal y la cantidad de personas lesionadas.
Chilpancingoinforma, un espacio creado en el Facebook para coberturar también información en tiempo real, registró el testimonio de un par de padres de familia, ellos hablaban de al menos dos muertos y seis heridos, pero ese era solo el saldo inicial.
“Cuando pasamos el autobús de Los Avispones y continuamos hacia Iguala, encontramos un retén de camionetas de la Policía Preventiva, estaban pertrechadas en posición de tiro y nos quisieron bajar de la unidad”.
-Les vamos a hacer una revisión; estamos en un operativo de prevención del delito. Dijo uno de los policías municipales de Iguala mientras solicitaba que descendieran.
José Luis López puso los seguros a la unidad y atajó: “Somos prensa”.
En la camioneta de delante, Sergio Ocampo también dialogaba con otro grupo de uniformados, decía que la presencia de reporteros obedecía a que había pasado algo con los normalistas.
-Solo hubo un incidente, nada más. Le dijeron en tono seco.
El reportero preguntó como llegar hacia el punto del ataque y los preventivos solo le indicaron que siguiera hacia el Periférico, que ahí encontraría lo que buscaba.
Al que pretendieron cerrar el paso fue al autobús con maestros disidentes y normalistas, cuando averiguaron que ellos estaban a bordo aseguraron: “Esos no pasan, se los va a cargar la chingada”.
Sin embargo, los comunicadores bajaron de sus unidades para tomar gráficas y eso flexibilizó la prohibición de los policías, que optaron por abrir el paso.
Hacía frío en el infierno “Llegamos a la esquina del Periférico, solamente había una patrulla del ejército; nos bajamos e hicimos la imagen que pudimos. Nos replegaron los militares para dejarnos a cierta distancia para no contaminar el área, llegaron otros compañeros y después el convoy de maestros con estudiantes, lo que permitió que comenzara nuestra cobertura”, señala José Luis López.
Recuerda que un caso similar solamente lo había registrado el 12 de diciembre de 2011, cuando fueron asesinados sobre la Autopista del Sol los normalistas Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús.
Pero en esta ocasión, de manera inicial se hablaba de más de cien desaparecidos.
Bernardo Torres recuerda las luces de torreta que emanaban de una patrulla militar, así como de un aparato que se quedó encendido en un negocio cercano, fuera de eso, la ciudad estaba completamente oscura.
Algo paradójico que agrega Lenin Ocampo, es que esa noche hacía frío en Iguala, cuando cotidianamente dicha ciudad es comparada con el infierno, por las altas temperaturas que registra. Tras los militares llegó personal de la Procuraduría General de la República (PGR) y posteriormente de la todavía denominada Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE).Los peritos de la instancia local preservaron con cinta amarilla la escena del crimen, comenzaron a contar los cartuchos percutidos y realizaron el levantamiento de los cadáveres
.Los mandos medios de PGR y PGJE que llegaron al lugar intercambiaron algunos chistes y sonreían ocasionalmente, mientras los profesores que se trasladaron desde Chilpancingo los observaban con reproche.
Taxistas o informantes
El grupo de comunicadores decidió desplazarse hacia el hospital general para conocer si había información sobre los heridos.
Los médicos se negaron a proporcionar datos, pero se nos dijo que más tarde el entonces secretario de Salud, Lázaro Mazón Alonso daría una conferencia de prensa, que esperáramos afuera mientras se tenían las condiciones para informar.
La caravana fue seguida por taxis que simulaban trasladar pasaje, sin embargo estos nunca tomaban un rumbo que no fuera el de los reporteros, los supuestos usuarios hacían llamadas por teléfono celular y nunca perdían de vista lo que se hacía.
Se optó entonces por acudir a las instalaciones del Ministerio Público de Iguala, lugar en el que ya estaban los jugadores del equipo Los Avispones, algunos de sus padres y el cuerpo técnico.
A dicho lugar llegó el entonces procurador Iñaky Blanco Cabrera, también mandos de la Policía Federal (PF), de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) del estado y el presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos (Coddehum), Ramón Navarrete Magdaleno.
Desde ahí, de ningún lugar más se organizó la búsqueda de los estudiantes de Ayotzinapa que no aparecían, los resultados fueron inmediatos, pues a bordo de las patrullas de la Policía Ministerial del Estado (PME) comenzaron a llegar para resguardarse, todavía con mucha desconfianza.
Para las 05:00 horas del 27 de septiembre, los reporteros de Chilpancingo consideraban que era tiempo de regresar, pero los mandos de la PF les solicitaron que esperaran a regresar con las unidades oficiales.
La razón por la que los mandos policíacos recomendaron esperar, es que mientras Iguala sufría el infierno de los ataques contra deportistas y estudiantes, grupos de sicarios despojaban a varios automovilistas de sus unidades a la altura de Mezcala, las atravesaban sobre la carretera federal y les prendían fuego.
Bajo dichas circunstancias, lo mejor que se podía hacer era esperar a que los policías recomendaran el momento de la partida, mientras, se observaba la llegada de estudiantes de Ayotzinapa a las instalaciones del MP de Iguala.
La marca del 26
Un año después, Bernardo Torres, reportero de Uno TV reflexiona sobre las condiciones en las que se animó a trasladarse para Iguala durante la noche del 26 de septiembre.
“Aunque había quienes querían regresarse, porque nos dijeron que había algo grave, nuestra reflexión fue en el sentido de que si había sucedido algo grave, entonces lo que debíamos hacer es ir”, apuntó.
Asume que no está arrepentido de acudir esa noche a la ciudad tamarindera, pues ese caso reafirmó su convicción de ser un comunicador.
“Después de un rato de andar sin saber que hacer con mi vida, ese caso me dejó claro que no puedo hacer otra cosa más que reportear, y reportear es estar en el lugar de los hechos”.
Angel Misael Galeana, recuerda que al momento de enfrentarse con el caso Iguala tenía solo cuatro años de ejercicio periodístico.
“Recordarlo todavía te enchina la piel, saber que fue una noche complicada que nos dejó una experiencia que nunca vamos a olvidar. Yo fui uno de los que pensamos en regresar”.
Asume que se trata de la cobertura más importante que ha tenido, la que le dio una pauta clara para su vida “porque me dijo que no hay justicia en este país, ya que después de estar ahí, dar cuenta de todo lo que ha pasado en un año pues te deja la percepción clara de que las víctimas no tienen ningún respaldo ante los poderosos”.
Y sostiene: “Este caso me reforzó la convicción de estar siempre en el lugar de los hechos y decir desde ahí lo que sucede, para darle voz a los que muchas ocasiones no tienen”.
Reconoce un gran dolor en los padres que tienen desaparecidos a sus hijos, más allá de las siglas de la CETEG, CNTE, PGR o de la propia institución de Ayotzinapa.“Hay seres humanos que esperan a sus hijos y hermanos, la verdad quisiéramos tener la satisfacción de informar que se les ha hecho justicia”.
Para él, mientras no haya justicia, la impunidad abre la posibilidad de que un caso similar ocurra: “recuerda que en esos días, un ex director de Desarrollo Social de Tixtla denunció que los hijos del alcalde, Gustavo Alcaraz lo querían entregar con un grupo del crimen organizado, Ayotzinapa solo puso al descubierto uno de tantos municipios controlados por la delincuencia.
Sergio Ocampo, con 32 años en Radio UAG y 23 en medios impresos, refiere que nunca fue tan impactado como sucedió con el caso Iguala-Ayotzinapa, pese a que ya había escrito sobre hechos como Aguas Blancas, donde fueron asesinados 17 campesinos o el Charco, en donde murieron abatidos 11 indígenas y se dio a conocer la existencia del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). “A mi conforme pasa el tiempo, me surgen más interrogantes; recuerdo las condiciones inseguras en que reporteamos ese hecho y me pregunto como la habrán pasado los muchachos”.
Carlos Navarrete, hoy reportero de El Sur, es originario de dicha ciudad y sostiene que nunca los igualtecos se imaginaron que sucediera algo como lo sucedido el 26 de septiembre.
“Nunca nos imaginábamos los que somos de Iguala un acontecimiento tan crudo como lo que pasó en Iguala, hay mucha impotencia y tristeza; que en una ciudad con tanta historia y con gente tan buena haya sucedido una tragedia como esa”.
En el terreno profesional, el asunto representa un detonante para seguir adelante.
“Guerrero es un estado conflictivo, hay una dinámica en la que nos acostumbramos a cubrir cosas fuertes, pero nunca habíamos vivido algo parecido; trabajamos bajo la lluvia esa noche, con mucho frío, en condiciones muy complejas y con miedo”.
Y refiere: “Nosotros quisiéramos que casos como el de Iguala no se registraran, lo tuvimos que hacer a pesar de que todos íbamos con miedo. Hoy, definitivamente yo no me veo haciendo otra cosa que no sea informar”.