En tres años, 15 vecinos fueron asesinados en supuestas acciones del crimen organizado
La 13-Norte, ubicada en el barrio de La Villa, es una de las calles más afectadas por la narcoviolencia que padece Chilapa, pues durante los últimos tres años 15 de sus habitantes fueron asesinados, algunos en condiciones extremas.
Tiene una longitud aproximada de tres kilómetros que se dividen en siete cuadras, en cada una de ellas hay un promedio de 50 viviendas que dan cobijo a casi 600 habitantes.
La mayoría de las casas están construidas a base de tabique y concreto, muchas de ellas están habilitadas como negocios de diferentes giros; desde puestos de comida, papelerías, estéticas, ferreterías, abarrotes y hasta una agencia de chambelanes.
La vialidad es estrecha, solamente puede circular un vehículo y los vecinos que no cuentan con garaje deben montar dos llantas de sus vehículos sobre las banquetas, para no interrumpir la circulación.
La arteria es conectada por un puente de concreto que salta el río El Ajolotero, una corriente de agua que hace muchos años dejó de ser cristalino.
Los vecinos que se han perdido
En un recorrido por la calle 13, el profesor José Díaz Navarro hace un relato rápido sobre los vecinos cuyas vidas fueron interrumpidas con violencia, a partir de que se recrudeció la pugna entre dos grupos del crimen organizado.
La primer casa que señala es la de David Eduardo García Torreblanca, un joven de 19 años asesinado apenas el pasado 21 de abril, su cuerpo apareció embolsado en la Autopista del Sol junto con otras dos personas, cerca del fraccionamiento Nuevo Mirador de Chilpancingo.
David Eduardo era hijo de Leónides García Parra, excandidato del Partido Acción Nacional (PAN) a la alcaldía de Chilapa, un médico muy reconocido y sin vínculos con organizaciones delictivas.
Entre las primeras casas de la 13-Norte está la de Ranferi Hernández Acevedo, dirigente histórico del PRD en Guerrero, quien fue asesinado con su esposa y su suegra en octubre pasado.
Los tres eran vecinos de la calle 13 desde hacía muchos años, aunque Ranferi tenía sus orígenes en Ahuocotzingo.
Ellos fueron asesinados y quemados dentro de una camioneta cerca de la comunidad de Nejapa, cuando pretendían ingresar a Chilapa.
Otro vecino caído es Pablo Nava Cuevas, a quien sus agresores lo acribillaron en la tienda Oxxo que se encuentra sobre el acceso principal de La Villa, donde compraba algunas cosas personales.
En una casa de fachada amarilla, el profesor Díaz hace una pausa más larga que en el resto, ahí es donde compartió muchos años de vida con sus hermanos Hugo y Alejandrino, quienes desaparecieron el 26 de noviembre de 2014, cuando realizaban un recorrido de trabajo en la zona rural.
El 30 de noviembre se encontraron cinco cadáveres calcinados, dos de ellos correspondían a Hugo y Alejandrino, quienes fueron privados de la libertad y asesinados.
Con ellos mataron a los arquitectos Víctor Apreza García, Jesús Romero Mojica y Mario Montiel Ferrer.
De la misma calle fue vecino el taxista Felipe Parra Jaimes,
asesinado el 9 de mayo, cuando 300 civiles armados tomaron bajo su control durante cinco días la cabecera municipal de Chilapa.
También vivió ahí el profesor José Antonio Flores Ramírez, quien se desempeñaba como administrador del mercado central, un grupo armado lo capturó cuando salía de su trabajo, estuvo desaparecido dos noches y la policía lo encontró desmembrado.
De paredes verdes se distingue la casa en la que vivía la niña Diana Paulina Rendón Alcaraz, sepultada apenas la tarde del miércoles 22 de noviembre, luego de ser privada de la libertad por un grupo de desconocidos, quienes la asesinaron después de pedir un rescate de 10 mil pesos, al parecer solo con la intención de ganar tiempo.
Hay dos vecinos que aún permanecen en calidad de desaparecidos, se trata de los hermanos Moisés y Manuel Naves.
En un portón café, que resguarda el acceso de una casa de dos pisos, José Díaz Navarro reconoce que no tiene precisión de los datos, solo reconoce que ahí mataron al padre y al hijo, su apellido era Valle.
José Díaz Navarro y su familia son parte de los pocos, si no es que los únicos vecinos de la calle 13 que han vencido el miedo para denunciar los efectos generados por la violencia del crimen organizado.
Reconoce que hay más asentamientos humanos con datos más numerosos que los de la calle 13, pero sostiene que los relatados son los que recuerda porque son los vecinos con los que compartió muchos años de trato cotidiano.