Rogelio Agustín
El de Juan Serrano Moreno, líder de los comerciantes del mercado Baltazar R. Leyva Mancilla, es un cortejo fúnebre que podría confundirse con el último adiós a un jefe de Estado, de esos que son bien queridos por sus pueblos.
Cientos de hombres y mujeres acompañan un prolongado recorrido que comenzó en la colonia Guerrero 200, en donde durante más de tres décadas se ubicó el domicilio familiar de Serrano Moreno, quien fue asesinado a balazos la noche del lunes 4 de abril.
El ataúd de madera lleva la imagen de la virgen de Guadalupe en la parte frontal, es cargado en turnos por hombres y mujeres que no se resisten al llanto, desahogan libremente la pena que les genera lo que denominan como «la muerte injusta de un hombre bueno».
A pocos pasos, un grupo de hombres carga la imagen de San Judas Tadeo, el santo de las causas pérdidas, al que durante muchos años el dirigente natural se encomendó.
La primer escala se realizó en el andador Emiliano Zapata, en donde se ubica la case materna y en la que Juan pasó la infancia, llegó a la adolescencia y comenzó a trabajar para forjarse como hombre, en una de las pocas actividades productivas que representan la opción de desarrollo lícito en la ciudad, el comercio.
Después de la escala en el andador Zapata, el cortejo tomó rumbo hacia las avenidas Vicente Guerrero e Insurgentes, para luego tomar dirección al mercado Baltazar R. Leva Mancilla, la central de abastos más importante de la ciudad.
En el estacionamiento del mercado, donde Juan forjó un liderazgo natural que se prolongaría durante más de dos décadas hubo momentos de conmoción.
Mientras el ataúd recibía una lluvia de confetti, sobre el concreto de la avenida Insurgentes los compañeros de gremio escribían con flores blancas y amarillas la palabra «Feliz último viaje».
Música de viento, tlacololeros y playeras con la imagen del dirigente asesinado se mostraron hacia el frente, mientras amigos cercanos arengaban una consigna que acompañaría toda la jornada de despedida: «justicia».
Durante la noche triste de los comerciantes, varios políticos acudieron al velorio para dar el pésame a la familia, dejaron coronas y ofrecieron respaldar en lo que se ofreciera, en la caminata final acompañaron solo los integrantes del comercio.
Juan Serrano fue un hombre modesto, no tenía grandes posesiones, solía realizar sus faenas solo, nunca portó armas ni se vió tentado por la posibilidad de contratar un escolta.
Su muerte generó conmoción en una ciudad golpeada durante los últimos años por la pugna entre grupos del crimen organizado.
El sepelio sacó a relucir el verdadero capital que durante su trayectoria de vida logró acumular, el del reconocimiento y cariño de sus iguales.